La Nena
Salarrué,
En la memoria de Ricardo Lindo:
El último señor de los mares

Debo hablar aquí de mis recuerdos. Pero comenzaré por usurpar recuerdos de alguien que conoció mucho mejor que yo a nuestro gran narrador. Me los contó no hace mucho, mientras yo preparaba la gran exposición que el Museo de Arte de El Salvador, MARTE, consagró a sus lienzos y esculturas. Pues hemos de recordar que Salvador Efraín Salazar Arrué, el autor de Cuentos de Barro, fue asimismo pintor, escultor, e incluso compuso canciones con influencia de Agustín Lara. A otros escritores, mi padre incluido, he dedicado un artículo. Con Salarrué quisiera extenderme un poco más. Señalemos, aunque debamos repetirlo en las notas siguientes para quienes llegaron tarde, que nuestro autor nació en Sonsonate el 22 de octubre de 1899 y falleció durante la noche del 27 de noviembre de 1975 en su casa de los Planes de Renderos, aquella casa blanca desde cuyo altillo miraba a la distancia el lago… pero ya comencé con mis recuerdos, y no debo traicionar mi previa aclaración.


Lunes 29 de octubre de 2007 Ricardo Lindo
redaccion@centroamerica21.com

-Lo llevaré donde mi tío que es sobrino de Salarrué –me dijo el joven Sandro Stivella, y el sobrino me llevó donde el sobrino y era, de repente, como volver a ver a Salarrué.

Grande es el parecido de don Rodolfo Arrué con su tío y similar el aura de serena simpatía. Y ahora voy a sus recuerdos, y él cuenta sin parar, y va extrayendo fotos y mostrando pinturas del artista.

En 1939, el niño Rodolfo coincidió en el Colegio Bautista con las hijas de Salarrué y fue compañero de clases de María Teresa (Maya) en cuarto grado.

Salarrué llegaba a dejar y a buscar a las niñas cada mañana y cada tarde, pues los escolares iban a almorzar a sus casas. La suya estaba cerca y llegaban a pie a través de manglares y guayabales.

No sabía el pequeño Rodolfo quien era Salarrué, pero él si sabía quién era él.

-¿Eres hijo de Alejandro? –le preguntó y añadió: Soy tu tío Salvador.

Alejandro era primo del escritor y habían sido muy unidos. Supo Salarrué que el niño vivía lejos y llegaba caminando a la escuela.

-Te voy a invitar a un almuerzo que va durar tres años –dijo.

Desde entonces el pequeño fue comensal habitual donde sus tíos, Salarrué y Zelie, que resultaron ser también sus padrinos de bautismo.

Ahí tuvo ocasión de jugar ping-pon con los grandes artistas e intelectuales de la época, Serafín Quiteño, Alberto Guerra Trigueros, José Mejía Vides... Ahí conoció asimismo a Claudia Lars.

Salarrué y sus hijas eran vegetarianos, pero Zelie y el pequeño siempre tenían un pedazo de carne en el plato. ¿Qué Salarrué siempre estaba apurado de dinero? ¡Qué va! Siempre decía:

-Dios proveerá.

Rodolfo admiraba un reloj de bolsillo que Salarrué llevaba.

-Tío, cuando cambie de reloj regáleme ese.

-Me han prometido comprarme este cuadro. Si lo vendo, te compro uno.

Se vendió el cuadro. Tenía Salarrué uno de aquellos carros enormes de aquellos años y un chofer que era más bien un amigo, y lo llevó a una tienda elegante donde escogió el que quiso. También le compró ropa y compró abundante material de pintura y regalos para su esposa y sus hijas hasta armar cuatro considerables paquetes.

-Tío, ese cuadro lo vendí yo.

-¿Y por qué?

-¡Si viera cómo le he rogado a Dios que se vendiera!

Rodolfo Arrué visto por el pincel de Salarrué

A la madrina no le pareció tan bien el asunto. Debían tanto en la tienda… Salarrué le dio dos billetes, pero no alcanzaba ni para la mitad. En realidad, no importaba. La tendera les daba fiado porque los quería y si les aceptaba dinero era para que no dejaran de llegar.

La casa había un árbol grande, un conacaste, quizás. Sus raíces enormes dañaban el suelo y levantaban las tuberías. Salarrué se negaba a cortarlo y la familia se fue retirando a los cuartos del fondo.

Para aquellas fechas “mamá Tere”, la madre de Salarrué, tenía una bonita costurería en la avenida España, no era tan pobre como después se dijo. Además Salarrué, jefe de redacción del periódico Patria le regaló una casa.

En vacaciones la gran familia iba a casa de Rafael Arrué, hermano de mamá Tere y abuelo de Rodolfo, y eran tendaladas de primos jugando por todos lados. El ánimo regalón de Salarrué le venía de familia. El abuelo Rafael llegó a tener hasta ochenta vacas y regalaba a los lugareños la mayor parte de la leche.

Una vez Salarrué se acercó a la escuela en hora de clases.

-Tío ¿viene a buscar a las niñas?
-No, a vos te vengo a buscar. Andá recogé tus libros.
Sacó al cipote por encima del barandal y fueron a pasar tres días a la finca del abuelo.
-Tío, cuando regrese el lunes a clases ¿cómo voy a hacer?
-No te preocupés, yo ahí voy a estar.

Y estaba el lunes a la entrada. La directora esperaba al pequeño con la cara larga.
-¡Con vos quería hablar!

Pero antes habló Salarrué con ella, en privado, y era querido por la directora y todas las maestras. No llamó al niño después la directora.

De aquel tiempo le queda a don Rodolfo un retrato que le hizo su padrino. Aparece ensimismado. Ondas concéntricas azules y violetas se expanden en torno suyo.

El Salarrué místico, dado a disciplinas esotéricas, se revela ahí, pues afirmaba ver el aura de las personas. Pero de eso hablaremos en otra ocasión.
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